sábado, 23 de agosto de 2008

Soneto con sed




Leyendo un libro, un día, de repente,

hallé un ejemplo de melancolía:

Un hombre que callaba y sonreía,

muriéndose de sed junto a una fuente.


Puede ser que, mirando la corriente,

su sed fuera más triste todavía;

aunque acaso aquel hombre no bebía

por no enturbiar el agua transparente.


Y no sé más. No sé si fue un castigo,

y no recuerdo su final tampoco

aunque quizás lo aprenderé contigo;


yo, enamorado, soñador y loco,

que me muero de sed y no lo digo,

que estoy junto a la fuente y no la toco.

Símil del viento



Te sentí, como el viento, cuando pasabas ya;
como el viento, que ignora si llega o si se va...
Fuiste como una fuente que brotó junto a mí.
Y yo, naturalmente, sentí sed y bebí.
Llegaste como el viento, náufraga del azar,
con tus ojos alegres entristeciendo el mar.
Y, para que la tarde pudiera anochecer,
te fuiste como el viento, que no sabe volver.





Quiero sentir la lluvia.

Callado,

distante, alejado de tu presencia,

sabiendo que en cada gota se me va una palabra

de aquellas que siempre te reservo.

Formarán charcos en tu ausencia

cilancos de olvidados sueños

que guardaba para arrullar tu oído.

Si vuelves estaré vacío,

seré un arenal entre los ojos de un puente.

Pero en mi silencio

podrás ver los restos húmedos

que en la tarde dejó la tormenta.

Los versos quedarán como esencia

entregada entre las flores

y todos los que paseen

por la alameda pensarán en ti.